viernes, 14 de abril de 2017

Kamikaze.


He tomado la decisión de hacer un ataque suicida contra sus navíos, a ver si de una u otra forma logro llamar su atención. Con el paso del tiempo, me he convertido en una sombra que corre violentamente detrás de cada uno de sus recuerdos y lo que fue de nosotros, escondiéndose detrás de sus inseguridades cuando voltea a mirar para pillarme por sorpresa, evitando contra todo pronóstico encontrarme extrañándola, a sabiendas de que le gustaría que estuviera con ella, para que cantara esa melodía después del sexo que ralentizara su respiración, y tomara cada uno de los pedazos que quedaban para unirlos, haciendo el más bonito de los mosaicos, una obra maestra como eran sus pechos y sus pezones duros pegados a la palma de mi mano, como era el tobogán que formaba su columna arqueada, o la cima de montaña que eran sus hombros de los cuales quería observar el mundo, salpicados de minúsculas pecas que me gustaba ver acercándome demasiado, aprovechando aquella oportunidad para que su cálido perfume inundara mis pulmones, y a la vez, depositar un inocente beso en el hueco de su cuello al que ella correspondía con un ligero estremecimiento. 

 Me he tomado el tiempo para registrar las facciones de su rostro en mi mente. Con cuidado, he memorizado cada uno de sus gestos, de sus rasgos. Sé que cuando está molesta los labios rojizos se le convierten en una fina línea pálida, sé que cuando ríe a carcajadas se le forman patas de gallina en los ojos y se asienta en el borde de su pupila un brillo insólito que algunos imbéciles llamamos felicidad. He grabado en los rincones de las paredes de mi corazón cada una de las frases que usaba a menudo cuando se trataba de mi, precedida por un movimiento armónico de su cuerpo, grácil y frágil. “Eres un idiota” y ríe. “Déjame en paz” y se marcha. “Vamos al fin del mundo” y me coge de la mano. “Te odio” y me da un empujón en el hombro. “Te quiero” y llora.

Se muerde los labios y el pecho se le abre en dos para dejar escapar todas las ilusiones que tenía, estando completamente consciente de que ahora nada de eso tiene sentido, culpando a Newton por la atracción que se desarrolló entre nosotros y sufriendo en silencio por la fuerza de roce que nos llevó a recorrer, de puntillas y en silencio, en el más ínfimo de los paseos, los misterios de un mundo demasiado cruel y demasiado volátil que no sabe tener consideración por esas personas que aún son buenas.



Ella era un puto ángel en un mundo de mierda y yo estaba demasiado jodido, demasiado herido por la vida.