He tomado la decisión de hacer un ataque
suicida contra sus navíos, a ver si de una u otra forma logro llamar su
atención. Con el paso del tiempo, me he convertido en una sombra que corre
violentamente detrás de cada uno de sus recuerdos y lo que fue de nosotros, escondiéndose
detrás de sus inseguridades cuando voltea a mirar para pillarme por sorpresa,
evitando contra todo pronóstico encontrarme extrañándola, a sabiendas de que le
gustaría que estuviera con ella, para que cantara esa melodía después del sexo que
ralentizara su respiración, y tomara cada uno de los pedazos que quedaban para
unirlos, haciendo el más bonito de los mosaicos, una obra maestra como eran sus
pechos y sus pezones duros pegados a la palma de mi mano, como era el tobogán
que formaba su columna arqueada, o la cima de montaña que eran sus hombros de
los cuales quería observar el mundo, salpicados de minúsculas pecas que me
gustaba ver acercándome demasiado, aprovechando aquella oportunidad para que su
cálido perfume inundara mis pulmones, y a la vez, depositar un inocente beso en
el hueco de su cuello al que ella correspondía con un ligero
estremecimiento.
Me he tomado el tiempo para registrar las
facciones de su rostro en mi mente. Con cuidado, he memorizado cada uno de sus
gestos, de sus rasgos. Sé que cuando está molesta los labios rojizos se le
convierten en una fina línea pálida, sé que cuando ríe a carcajadas se le
forman patas de gallina en los ojos y se asienta en el borde de su pupila un
brillo insólito que algunos imbéciles llamamos felicidad. He grabado en los
rincones de las paredes de mi corazón cada una de las frases que usaba a menudo
cuando se trataba de mi, precedida por un movimiento armónico de su cuerpo,
grácil y frágil. “Eres un idiota” y ríe. “Déjame en paz” y se marcha. “Vamos al
fin del mundo” y me coge de la mano. “Te odio” y me da un empujón en el hombro. “Te
quiero” y llora.
Se muerde los labios y el pecho se le
abre en dos para dejar escapar todas las ilusiones que tenía, estando
completamente consciente de que ahora nada de eso tiene sentido, culpando a
Newton por la atracción que se desarrolló entre nosotros y sufriendo en silencio
por la fuerza de roce que nos llevó a recorrer, de puntillas y en silencio, en
el más ínfimo de los paseos, los misterios de un mundo demasiado cruel y
demasiado volátil que no sabe tener consideración por esas personas que aún son
buenas.
Ella era un puto ángel en un mundo de
mierda y yo estaba demasiado jodido, demasiado herido por la vida.